estuvo sin salir en público, en una noche de las cuales, estando despierto y desvelado, pensando en
sus desgracias y en el perseguimiento de Altisidora, sintió que con una llave abrían la puerta de su
aposento, y luego imaginó que la enamorada doncella venía para sobresaltar su honesti[d]ad y
ponerle en condición de faltar a la fee que guardar debía a su señora Dulcinea del Toboso.
–No –dijo creyendo a su imaginación, y esto, con voz que pudiera ser oída–; no ha de ser parte la
mayor hermosura de la tierra para que yo deje de adorar la que tengo grabada y estampada en la
mitad de mi corazón y en lo más escondido de mis entrañas, ora estés, señora mía, transformada en
cebolluda labradora, ora en ninfa del dorado Tajo, tejiendo telas de oro y sirgo compuestas, ora te
tenga Merlín, o Montesinos, donde ellos quisieren; que, adondequiera eres mía, y adoquiera he sido
yo, y he de ser, tuyo.
El acabar estas razones y el abrir de la puerta fue todo uno. Púsose en pie sobre la cama, envuelto de
arriba abajo en una colcha de raso amarillo, una galocha en la cabeza, y el rostro y los bigotes
vendados: el rostro, por los aruños; los bigotes, porque no se le desmayasen y cayesen; en el cual
traje parecía la más extraordinaria fantasma que se pudiera pensar.
Clavó los ojos en la puerta, y, cuando esperaba ver entrar por ella a la rendida y lastimada
Altisidora, vio entrar a una reverendísima dueña con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto,
que la cubrían y enmantaban desde los pies a la cabeza. Entre los dedos de la mano izquierda traía
una media vela encendida, y con la derecha se hacía sombra, porque no le diese la luz en los ojos, a
quien cubrían unos muy grandes antojos. Venía pisando quedito, y movía los pies blandamente.
Miróla don Quijote desde su atalaya, y cuando vio su adeliño y notó su silencio, pensó que alguna
bruja o maga venía en aquel traje a hacer en él alguna mala fechuría, y comenzó a santiguarse con
mucha priesa. Fuese llegando la visión, y, cuando llegó a la mitad del aposento, alzó los ojos y vio la
priesa con que se estaba haciendo cruces don Quijote; y si él quedó medroso en ver tal figura, ella
quedó espantada en ver la suya, porque, así como le vio tan alto y tan amarillo, con la colcha y con
las vendas, que le desfiguraban, dio una gran voz, diciendo:
–¡Jesús! ¿Qué es lo que veo?
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