viéredes en trabajo, y en todo haréis como se espera de vuestro entendimiento. Deste lugar, a 16 de
agosto, a las cuatro de la mañana.
Vuestro amigo,
El Duque.
Quedó atónito Sancho, y mostraro[n] quedarlo asimismo los circunstantes; y, volviéndose al
mayordomo, le dijo:
–Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor Recio; porque si
alguno me ha de matar, ha de ser él, y de muerte adminícula y pésima, como es la de la hambre.
–También –dijo el maestresala– me parece a mí que vuesa merced no coma de todo lo que está en
esta mesa, porque lo han presentado unas monjas, y, como suele decirse, detrás de la cruz está el
diablo.
–No lo niego –respondió Sancho–, y por ahora denme un pedazo de pan y obra de cuatro libras de
uvas, que en ellas no podrá venir veneno; porque, en efecto, no puedo pasar sin comer, y si es que
hemos de estar prontos para estas batallas que nos amenazan, menester será estar bien mantenidos,
porque tripas llevan corazón, que no corazón tripas. Y vos, secretario, responded al duque mi señor
y decidle que se cumplirá lo que manda como lo manda, sin faltar punto; y daréis de mi parte un
besamanos a mi señora la duquesa, y que le suplico no se le olvide de enviar con un propio mi carta
y mi lío a mi mujer Teresa Panza, que en ello recibiré mucha merced, y tendré cuidado de servirla
con todo lo que mis fuerzas alcanzaren; y de camino podéis encajar un besamanos a mi señor don
Quijote de la Mancha, porque vea que soy pan agradecido; y vos, como buen secretario y como buen
vizcaíno, podéis añadir todo lo que quisiéredes y más viniere a cuento. Y álcense estos manteles, y
denme a mí de comer, que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren
sobre mí y sobre mi ínsula.
En esto entró un paje, y dijo:
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