que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si
no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.
Alborotóse el doctor, viendo tan colérico al gobernador, y quiso hacer tirteafuera de la sala, sino que
en aquel instante sonó una corneta de posta en la calle, y, asomándose el maestresala a la ventana,
volvió diciendo:
–Correo viene del duque mi señor; algún despacho debe de traer de importancia.
Entró el correo sudando y asustado, y, sacando un pliego del seno, le puso en las manos del
gobernador, y Sancho le puso en las del mayordomo, a quien mandó leyese el sobreescrito, que
decía así: A don Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, en su propia mano o en las de su
secretario. Oyendo lo cual, Sancho dijo:
–¿Quién es aquí mi secretario?
Y uno de los que presentes estaban respondió:
–Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.
–Con esa añadidura –dijo Sancho–, bien podéis ser secretario del mismo emperador. Abrid ese
pliego, y mirad lo que dice.
Hízolo así el recién nacido secretario, y, habiendo leído lo que decía, dijo que era negocio para
tratarle a solas. Mandó Sancho despejar la sala, y que no quedasen en ella sino el mayordomo y el
maestresala, y los demás y el médico se fueron; y luego el secretario leyó la carta, que así decía:
A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Panza, que unos enemi v