–Ven acá, bestia y mujer de Barrabás –replicó Sancho–: ¿por qué quieres tú ahora, sin qué ni para
qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me dé nietos que se llamen señoría? Mira, Teresa:
siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no
se debe quejar si se le pasa. Y no sería bien que ahora, que está llamando a nuestra puerta, se la
cerremos; dejémonos llevar deste viento favorable que nos sopla.
(Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que
tenía por apócrifo este capítulo.)
–¿No te parece, animalia –prosiguió Sancho–, que será bien dar con mi cuerpo en algún gobierno
provechoso que nos saque el pie del lodo? Y cásese a Mari Sancha con quien yo quisiere, y verás
cómo te llaman a ti doña Teresa Panza, y te sientas en la iglesia sobre alcatifa, almohadas y
arambeles, a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo. ¡No, sino estaos siempre en un ser, sin
crecer ni menguar,
como figura de paramento! Y en esto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa, aunque tú
más me digas.
–¿Veis cuanto decís, marido? –respondió Teresa–. Pues, con todo eso, temo que este condado de mi
hija ha de ser su perdición. Vos haced lo que quisiéredes, ora la hagáis duquesa o princ esa, pero séos
decir que no será ello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre, hermano, fui amiga de la
igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. Teresa me pusieron en el bautismo, nombre
mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas; Cascajo se llamó mi
padre, y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman Teresa Panza, que a buena razón me habían de
llamar Teresa Cascajo. Pero allá van reyes do quieren leyes, y con este nombre me contento, sin que
me le pongan un don encima, que pese tanto que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los
que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: ‘‘¡Mirad qué
entonada va la pazpuerca!; ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta
la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con
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