del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora, y sin gobierno os iréis, o os
llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido. Como ésos hay en el mundo que viven sin
gobierno, y no por eso dejan de vivir y de ser contados en el número de las gentes. La mejor salsa del
mundo es la hambre; y como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto. Pero mirad,
Sancho: si por ventura os viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos.
Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío
el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia. Mirad también que Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá
si la casamos; que me va dando barruntos que desea tanto tener marido como vos deseáis veros con
gobierno; y, en fin en fin, mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada.
–A buena fe –respondió Sancho– que si Dios me llega a tener algo qué de gobierno, que tengo de
casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarla señora.
–Eso no, Sancho –respondió Teresa–: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los
zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una
Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en
mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera.
–Calla, boba –dijo Sancho–, que todo será usarlo dos o tres años; que después le vendrá el señorío y
la gravedad como de molde; y cuando no, ¿qué importa? Séase ella señoría, y venga lo que viniere.
–Medíos, Sancho, con vuestro estado –respondió Teresa–; no os queráis alzar a mayores, y advertid
al refrán que dice: "Al hijo de tu vecino, límpiale las narices y métele en tu casa". ¡Por cierto, que
sería gentil cosa casar a nuestra María con un condazo, o con caballerote que, cuando se le antojase,
la pusiese como nueva, llamándola de villana, hija del destripaterrones y de la pela[r]ruecas! ¡No en
mis días, marido! ¡Para eso, por cierto, he criado yo a mi hija! Traed vos dineros, Sancho, y el
casarla dejadlo a mi cargo; que ahí está Lope Tocho, el hijo de Juan Tocho, mozo rollizo y sano, y
que le conocemos, y sé que no mira de mal ojo a la mochacha; y con éste, que es nuestro igual,
estará bien casada, y le tendremos siempre a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos,
nietos y yernos, y andará la paz y la bendición de Dios entre todos nosotros; y no casármela vos
ahora en esas cortes y en esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan, ni ella se entienda.
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