siete; y que si hacía cuatro castellanas de a cuatro versos, sobrara una letra; y si de a cinco, a quien
llaman décimas o redondillas, faltaban tres letras; pero, con todo eso, procuraría embeber una letra
lo mejor que pudiese, de manera que en las cuatro castellanas se incluyese el nombre de Dulcinea
del Toboso.
–Ha de ser así en todo caso –dijo don Quijote–; que si allí no va el nombre patente y de manifiesto,
no hay mujer que crea que para ella se hicieron los metros.
Quedaron en esto y en que la partida sería de allí a ocho días. Encargó don Quijote al bachiller la
tuviese secreta, especialmente al cura y a maese Nicolás, y a su sobrina y al ama, porque no
estorbasen su honrada y valerosa determinación. Todo lo prometió Carrasco. Con esto se despidió,
encargando a don Quijote que de todos sus buenos o malos sucesos le avisase, habiendo comodidad;
y así, se despidieron, y Sancho fue a poner en orden lo necesario para su jornada.
CAPÍTULO 5: De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa
Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación
(Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo,
porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y
dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese; pero que no quiso dejar de
traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; y así, prosiguió diciendo:)
Llegó Sancho a su casa tan regocijado y alegre, que su mujer conoció su alegría a tiro de ballesta;
tanto, que la obligó a preguntarle:
–¿Qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís?
A lo que él respondió:
–Mujer mía, si Dios quisiera, bien me holgara yo de no estar tan contento como muestro.
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