–Sería algún villano –dijo doña Rodríguez, la dueña–, que si él fuera hidalgo y bien nacido, él las
pusiera sobre el cuerno de la luna.
–Agora bien –dijo la duquesa–, no haya más: calle doña Rodríguez y sosiéguese el señor Panza, y
quédese a mi cargo el regalo del rucio; que, por ser alhaja de Sancho, le pondré yo sobre las niñas de
mis ojos.
–En la caballeriza basta que esté –respondió Sancho–, que sobre las niñas de los ojos de vuestra
grandeza ni él ni yo somos dignos de estar sólo un momento, y así lo consintiría yo como darme de
puñaladas; que, aunque dice mi señor que en las cortesías antes se ha de perder por carta de más
que de menos, en las jumentiles y así niñas se ha de ir con el compás en la mano y con medido
término.
–Llévele –dijo la duquesa– Sancho al gobierno, y allá le podrá regalar como quisiere, y aun jubilarle
del trabajo.
–No piense vuesa merced, señora duquesa, que ha dicho mucho –dijo Sancho–; que yo he visto ir
más de dos asnos a los gobiernos, y que llevase yo el mío no sería cosa nueva.
Las razones de Sancho renovaron en la duquesa la risa y el contento; y, enviándole a reposar, ella
fue a dar cuenta al duque de lo que con él había pasado, y entre los
dos dieron traza y orden de hacer una burla a don Quijote que fuese famosa y viniese bien con el
estilo caballeresco, en el cual le hicieron muchas, tan propias y discretas, que son las mejores
aventuras que en esta grande historia se contienen.
Capítulo 34: Que cuenta de la noticia que se tuvo de cómo se había de desencantar la sin par
Dulcinea del Toboso, que es una de las aventuras más famosas deste libro
GRANDE era el gusto que recebían el duque y la duquesa de la conversación de don Quijote y
de la de Sancho Panza; y, confirmándose en la intención que tenían de hacerles algunas burlas que
llevasen vislumbres y apariencias de aventuras, tomaron motivo de la que don Quijote ya les había
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