Con estos razonamientos, gustosos a todos sino a don Quijote, llegaron a lo alto y entraron a don
Quijote en una sala adornada de telas riquísimas de oro y de brocado; seis doncellas le desarmaron
y sirvieron de pajes, todas industriadas y advertidas del duque y de la duquesa de lo que habían de
hacer, y de cómo habían de tratar a don Quijote, para que imaginase y viese que le trataban como
caballero andante. Quedó don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos greguescos y en su
jubón de camuza, seco, alto, tendido, con las quijadas, que por de dentro se besaba la una con la
otra; figura que, a no tener cuenta las doncellas que le servían con disimular la risa –que fue una de
las precisas órdenes que sus señores les habían dado–, reventaran riendo.
Pidiéronle que se dejase desnudar para una camisa, pero nunca lo consintió, diciendo que la
honestidad parecía tan bien en los caballeros andantes como la valentía. Con todo, dijo que diesen la
camisa a Sancho, y, encerrándose con él en una cuadra donde estaba un rico lecho, se desnudó y
vistió la camisa; y, viéndose solo con Sancho, le dijo:
–Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan
veneranda y tan digna de respeto como aquélla? ¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio, o
señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por
quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la
cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el
señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas mayores que
llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos. ¿No
adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano, o un
mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra? No, no,
Sancho amigo, huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al
primer puntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras
antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos llegado a parte donde, con el favor de Dios y
valor de mi brazo, hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.
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