–¡Pasito, mi señor don Quijote de la Mancha! –dijo el duque–, que adonde está mi señora doña
Dulcinea del Toboso no es razón que se alaben otras fermosuras.
Ya estaba a esta sazón libre Sancho Panza del lazo, y, hallándose allí cerca, antes que su amo
respondiese, dijo:
–No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde
menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un
alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso tam-bién puede hacer dos, y tres y
ciento; dígolo porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del
Toboso.
Volvióse don Quijote a la duquesa y dijo:
–Vuestra grandeza imagine que no tuvo caballero andante en el mundo escudero más hablador ni
más gracioso del que yo tengo, y él me sacará verdadero si algunos días quisiere vuestra gran
celsitud servirse de mí.
A lo que respondió la duquesa:
–De que Sancho el bueno sea gracioso lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto; que
las gracias y los donaires, señor don Quijote, como vuesa merced bien sabe, no asientan sobre
ingenios torpes; y, pues el buen Sancho es gracioso y donairoso, desde aquí le confirmo por discreto.
–Y hablador –añadió don Quijote.
–Tanto que mejor –dijo el duque–, porque muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras.
Y, porque no se nos vaya el tiempo en ellas, venga el gran Caballero de la Triste Figura...
–De los Leones ha de decir vuestra alteza –dijo Sancho–, que ya no hay Triste Figura, ni figuro.
–Sea el de los Leones –prosiguió el duque–. Digo que venga el señor Caballero de los Leones a un
castillo mío que está aquí cerca, donde se le hará el acogimiento que a tan alta persona se debe
justamente, y el que yo y la duquesa solemos hacer a todos los caballeros andantes que a él llegan.
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