Sancho Panza en el suelo. Don Quijote, que vio tan malparado a Sancho, arremetió al que le había
dado, con la lanza sobre mano, pero fueron tantos los que se pusieron en medio, que no fue posible
vengarle; antes, viendo que llovía sobre él un nublado de piedras, y que le amenazaban mil
encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, volvió las riendas a Rocinante, y a todo lo
que su galope pudo, se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón a Dios, que de aquel
peligro le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al
pecho; y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba.
Pero los del escuadrón se contentaron con verle huir, sin tirarle. A Sancho le pusieron sobre su
jumento, apenas vuelto en sí, y le dejaron ir tras su amo, no porque él tuviese sentido para regirle;
pero el rucio siguió las huellas de Rocinante, sin el cual no se hallaba un punto. Alongado, pues, don
Quijote buen trecho, volvió la cabeza y vio que Sancho venía, y atendióle, viendo que ninguno le
seguía.
Los del escuadrón se estuvieron allí hasta la noche, y, por no haber salido a la batalla sus contrarios,
se volvieron a su pueblo, regoci[j]ados y alegres; y si ellos supieran la costumbre antigua de los
griegos, levantaran en aquel lugar y sitio un trofeo.
CAPÍTULO 28: De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención
Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta, y es de varones prudentes guardarse para
mejor ocasión. Esta verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pu V&