aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador
nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no nos había de mandar cosa que fuese
imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y
humanas a sosegarse.
–El diablo me lleve –dijo a esta sazón Sancho entre sí– si este mi amo no es tólogo; y si no lo es, que
lo parece como un güevo a otro.
Tomó un poco de aliento don Quijote, y, viendo que todavía le prestaban silencio, quiso pasar
adelante en su plática, como pasara ni no se pusiere en medio la agudeza de Sancho, el cual, viendo
que su amo se detenía, tomó la mano por él, diciendo:
–Mi señor don Quijote de la Mancha, que un tiempo se llamó el Caballero de la Triste Figura y
ahora se llama el Caballero de los Leones, es un hidalgo muy atentado, que sabe latín y romance
como un bachiller, y en todo cuanto trata y aconseja procede como muy buen soldado, y tiene todas
las leyes y ordenanzas de
lo que llaman el duelo en la uña; y así, no hay más que hacer sino dejarse llevar por lo que él dijere,
y sobre mí si lo erraren; cuanto más, que ello se está dicho que es necedad correrse por sólo oír un
rebuzno, que yo me acuerdo, cuando muchacho, que rebuznaba cada y cuando que se me antojaba,
sin que nadie me fuese a la mano, y con tanta gracia y propiedad que, en rebuznando yo,
rebuznaban todos los asnos del pueblo, y no por eso dejaba de ser hijo de mis padres, que eran
honradísimos; y, aunque por esta habilidad era invidiado de más de cuatro de los estirados de mi
pueblo, no se me daba dos ardites. Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta
ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida.
Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos
valles retumbaron. Pero uno de los que estaban junto a él, creyendo que hacía burla dellos, alzó un
varapalo que en la mano tenía, y diole tal golpe con él, que, sin ser poderoso a otra cosa, dio con
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