–Así es –replicó Sansón–, pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede
contar, o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir,
no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.
–Pues si es que se anda a decir verdades ese señor moro –dijo Sancho–, a buen seguro que entre los
palos de mi señor se hallen los míos; porque nunca a su merced le tomaron la medida de las
espaldas que no me la tomasen a mí de todo el cuerpo; pero no hay de qué maravillarme, pues,
como dice el mismo señor mío, del dolor de la cabeza han de participar los miembros.
–Socarrón sois, Sancho –respondió don Quijote–. A fee que no os falta memoria cuando vos queréis
tenerla.
–Cuando yo quisiese olvidarme de los garrotazos que me han dado –dijo Sancho–, no lo
consentirán los cardenales, que aún se están frescos en las costillas.
–Callad, Sancho –dijo don Quijote–, y no interrumpáis al señor bachiller, a quien suplico pase
adelante en decirme lo que se dice de mí en la referida historia.
–Y de mí –dijo Sancho–, que también dicen que soy yo uno de los principales presonajes della.
–Personajes que no presonajes, Sancho amigo –dijo Sansón.
–¿Otro reprochador de voquibles tenemos? –dijo Sancho–. Pues ándense a eso, y no acabaremos en
toda la vida.
–Mala me la dé Dios, Sancho –respondió el bachiller–, si no sois vos la segunda persona de la
historia; y que hay tal, que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella, puesto que
también hay quien diga que anduvistes demasiadamente de crédulo en creer que podía ser verdad el
gobierno de aquella ínsula, ofrecida por el señor don Quijote, que está presente.
–Aún hay sol en las bardas –dijo don Quijote–, y, mientras más fuere entrando en edad Sancho, con
la esperiencia que dan los años, estará más idóneo y más hábil para ser gobernador que no está
agora.
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