–No, por cierto –respondió don Quijote–; pero dígame vuestra merced, señor bachiller: ¿qué
hazañas mías son las que más se ponderan en esa historia?
–En eso –respondió el bachiller–, hay diferentes opiniones, como hay diferentes gustos: unos se
atienen a la aventura de los molinos de viento, que a vuestra merced le parecieron Briareos y
gigantes; otros, a la de los batanes; éste, a la descripción de los dos ejércitos, que después parecieron
ser dos manadas de carneros; aquél encarece la del muerto que llevaban a enterrar a Segovia; uno
dice que a todas se aventaja la de la libertad de los galeotes; otro, que ninguna iguala a la de los dos
gigantes benitos, con la pendencia del valeroso vizcaíno.
–Dígame, señor bachiller –dijo a esta sazón Sancho–: ¿entra ahí la aventura de los yangüeses,
cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo?
–No se le quedó nada –respondió Sansón– al sabio en el tintero: todo lo dice y todo lo apunta, hasta
lo de las cabriolas que el buen Sancho hizo en la manta.
–En la manta no hice yo cabriolas –respondió Sancho–; en el aire sí, y aun más de las que yo
quisiera.
–A lo que yo imagino –dijo don Quijote–, no hay historia humana en el mundo que no tenga sus
altibajos, especialmente las que tratan de caballerías, las cuales nunca pueden estar llenas de
prósperos sucesos.
–Con todo eso –respondió el bachiller–, dicen algunos que han leído la historia que se holgaran se
les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferent W2V