–Déme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que, por el hábito de San
Pedro que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno
de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la
tierra. Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y
rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar
castellano, para universal entretenimiento de las gentes.
Hízole levantar don Quijote, y dijo:
–Desa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso?
–Es tan verdad, señor –dijo Sansón–, que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de
doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso;
y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber
nación ni lengua donde no se traduzga.
–Una de las cosas –dijo a esta sazón don Quijote– que más debe de dar contento a un hombre
virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes,
impreso y en estampa. Dije con buen nombre porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le
igualará.
–Si por buena fama y si por buen nombre va –dijo el bachiller–, solo vuestra merced lleva la palma
a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron
cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de vuestra merced, el ánimo grande en acometer los
peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento, así en las desgracias como en las heridas,
la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña
Dulcinea del Toboso.
–Nunca –dijo a este punto Sancho Panza– he oído llamar con don a mi señora Dulcinea, sino
solamente la señora Dulcinea del Toboso, y ya en esto anda errada la historia.
–No es objeción de importancia ésa –respondió Carrasco.
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