mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota
de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la
ciencia. De una señora sé yo que preguntó a uno destos figureros que si una perrilla de falda
pequeña, que tenía, si se empreñaría y pariría, y cuántos y de qué color serían los perros que
pariese. A lo que el señor judiciario, después de haber alzado la figura, respondió que la perrica se
empreñaría, y pariría tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de mezcla, con tal
condición que la tal perra se cubriese entre las once y doce del día, o de la noche, y que fuese en
lunes o en sábado; y lo que sucedió fue que de allí a dos días se moría la perra de ahíta, y el señor
levantador quedó acreditado en el lugar por acertadísimo judiciario, como lo quedan todos o los más
levantadores.
–Con todo eso, querría –dijo Sancho– que vuestra merced dijese a maese Pedro preguntase a su
mono si es verdad lo que a vuestra merced le pasó en la cueva de Montesinos; que yo para mí tengo,
con perdón de vuestra merced, que todo fue embeleco y mentira, o por lo menos, cosas soñadas.
–Todo podría ser –respondió don Quijote–, pero yo haré lo que me aconsejas, puesto que me ha de
quedar un no sé qué de escrúpulo.
Estando en esto, llegó maese Pedro a buscar a don Quijote y decirle que ya estaba en orden el
retablo; que su merced viniese a verle, porque lo merecía. Don Quijote le comunicó su pensamiento,
y le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado en la cueva de
Montesinos habían sido soñadas o verdaderas; porque a él le parecía que tenían de todo. A lo que
maese Pedro, sin responder palabra, volvió a traer el mono, y, puesto delante de don Quijote y de
Sancho, dijo:
–Mirad, señor mono, que este caballero quiere saber si ciertas cosas que le pasaron en una cueva
llamada de Montesinos, si fueron falsas o verdaderas.
Y, haciéndole la acostumbrada señal, el mono se le subió en el hom-bro izquierdo, y, hablándole, al
parecer, en el oído, dijo luego maese Pedro:
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