–El mono dice que parte de las cosas que vuesa merced vio, o pasó, en la dicha cueva son falsas, y
parte verisímiles; y que esto es lo que sabe, y no otra cosa, en
cuanto a esta pregunta; y que si vuesa merced quisiere saber más, que el viernes venidero
responderá a todo lo que se le preguntare, que por ahora se le ha acabado la virtud, que no le vendrá
hasta el viernes, como dicho tiene.
–¿No lo decía yo –dijo Sancho–, que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor
mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad?
–Los sucesos lo dirán, Sancho –respondió don Quijote–; que el tiempo, descubridor de todas las
cosas, no se deja ninguna que no las saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la
tierra. Y, por hora, baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo
que debe de tener alguna novedad.
–¿Cómo alguna? –respondió maese Pedro–: sesenta mil encierra en sí este mi retablo; dígole a
vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y
operibus credite, et non verbis; y manos a labor, que se hace tarde y tenemos mucho que hacer y que
decir y que mostrar.
Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto,
lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas, que le hacían vistoso y resplandeciente. En
llegando, se metió maese Pedro dentro dél, que era el que había de manejar las figuras del artificio,
y fuera se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los
misterios del tal retablo: tenía una varilla en la mano, con que señalaba las figuras que salían.
Puestos, pues, todos cuantos había en la venta, y algunos en pie, frontero del retablo, y acomodados
don Quijote, Sancho, el paje y el primo en los mejores lugares, el trujamán comenzó a decir lo que
oirá y verá el que le oyere o viere el capítulo siguiente.
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