Basilio, y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho es rico, y
podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja, y no se la
ha de quitar alguno, por poderoso que sea; que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre;
y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza.
Y, en esto, la blandió tan fuerte y tan diestramente, que puso pavor en todos los que no le conocían,
y tan intensamente se fijó en la imaginación de Camacho el desdén de Quiteria, que se la borró de la
memoria en un instante; y así, tuvieron lugar con él las persuasiones del cura, que era varón
prudente y bien intencionado, con las cuales quedó Camacho y los de su parcialidad pacíficos y
sosegados; en señal de lo cual volvieron las espadas a sus lugares, culpando más a la facilidad de
Quiteria que a la industria de Basilio; haciendo discurso Camacho que si Quiteria quería bien a
Basilio doncella, también le quisiera casada, y que debía de dar gracias al cielo, más por habérsela
quitado que por habérsela dado.
Consolado, pues, y pacífico Camacho y los de su mesnada, todos los de la de Basilio se sosegaron, y
el rico Camacho, por mostrar que no sentía la burla, ni la estimaba en nada, quiso que las fiestas
pasasen adelante como si realmente se desposara; pero no quisieron asistir a ellas Basilio ni su
esposa ni secuaces; y así, se fueron a la aldea de Basilio, que también los pobres virtuosos y discretos
tienen quien los siga, honre y ampare, como los ricos tienen quien los lisonjee y acompañe.
Llevarónse consigo a don Quijote, estimándole por hombre de valor y de pelo en pecho. A sólo
Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas
de Camacho, que duraron hasta la noche; y así, asenderado y triste, siguió a su señor, que con la
cuadrilla de Basilio iba, y así se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma, cuya ya
casi consumida y acabada espuma, que en el caldero llevaba, le representaba la gloria y la
abundancia del bien que perdía; y así, congojado y pensativo, aunque sin hambre, sin apearse del
rucio, siguió las huellas de Rocinante.
CAPÍTULO 22: Donde se da cuenta [de] la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en
el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha
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