Grandes fueron y muchos los regalos que los desposados hicieron a don Quijote, obligados de las
muestras que había dado defendiendo su causa, y al par de la valentía le graduaron la discreción,
teniéndole por un Cid en las armas y por un Cicerón en la elocuencia. El buen Sancho se refociló tres
días a costa de los novios, de los cuales se supo que no fue traza comunicada con la hermosa
Quiteria el herirse fingidamente, sino industria de Basilio, esperando della el mesmo suceso que se
había visto; bien es verdad que confesó que había dado parte de su pensamiento a algunos de sus
amigos, para que al tiempo necesario favoreciesen su intención y abonasen su engaño.
–No se pueden ni deben llamar engaños –dijo don Quijote– los que ponen la mira en virtuosos
fines.
Y que el de casarse los enamorados era el fin de más excelencia, advirtiendo que el mayor contrario
que el amor tiene es la hambre y la continua necesidad, porque el amor es todo alegría, regocijo y
contento, y más cuando el amante está en posesión de la cosa amada, contra quien son enemigos
opuestos y declarados la necesidad y la pobreza; y que todo esto decía con intención de que se dejase
el señor Basilio de ejercitar las habilidades que sabe, que, aunque le daban fama, no le daban
dineros, y que atendiese a granjear hacienda por medios lícitos e industriosos, que nunca faltan a los
prudentes y aplicados.
–El pobre honrado, si es que puede ser honrado el pobre, tiene prenda en tener mujer hermosa,
que, cuando se la quitan, le quitan la honra y se la matan. La mujer hermosa y honrada, cuyo
marido es pobre, merece ser coronada con laureles y palmas de vencimiento y triunfo. La
hermosura, por sí sola, atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo
gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; W&