Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos dellos, más simples que curiosos, en altas
voces, comenzaron a decir:
–¡Milagro, milagro!
Pero Basilio replicó:
–¡No "milagro, milagro", sino industria, industria!
El cura, desatentado y atónito, acudió con ambas manos a tentar la herida, y halló que la cuchilla
había pasado, no por la carne y costillas de Basilio, sino por un cañón hueco de hierro que, lleno de
sangre, en aquel lugar bien acomodado tenía; preparada la sangre, según después se supo, de modo
que no se helase.
Finalmente, V