una espada, y no de las del perrillo cortadoras, con un escudo no de muy luciente y limpio acero,
estás aguardando y atendiendo los dos más fieros leones que jamás criaron las africanas selvas. Tus
mismos hechos sean los que te alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto por
faltarme palabras con que encarecerlos’’.
Aquí cesó la referida exclamación del autor, y pasó adelante, anudando el hilo de la historia,
diciendo que, visto el leonero ya puesto en postura a don Quijote, y que no podía dejar de soltar al
león macho, so pena de caer en la desgracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par
la primera jaula, donde estaba, como se ha dicho, el león, el cual pareció de grandeza extraordinaria
y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula, donde venía echado, y
tender la garra, y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y, con casi dos
palmos de lengua que sacó fuera, se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro; hecho esto, sacó la
cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los
ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Sólo don Quijote lo
miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales
pensaba hacerle pedazos.
Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que
arrogante, no haciendo caso de niñerías, ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte,
como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y
remanso se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de
palos y le irritase para echarle fuera.
–Eso no haré yo –respondió el leonero–, porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos
será a mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede
decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. El león tiene abierta la puerta: en
su mano está salir, o no salir; pero, pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día. La
grandeza del corazón de vuesa merced ya está bien declarada: ningún bravo peleante, según a mí se
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