–El miedo, a lo menos –respondió don Quijo[te]–, te le hará parecer mayor que la mitad del
mundo. Retírate, Sancho, y déjame; y si aquí muriere, ya sabes nuestro antiguo concierto: acudirás a
Dulcinea, y no te digo más.
A éstas añadió otras razones, con que quitó las esperanzas de que no había de dejar de proseguir su
desvariado intento. Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas, y no le
pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote; el cual,
volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la
yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que
pudiesen, antes que los leones se desembanastasen.
Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los
leones; maldecía su ventura, y llamaba menguada la hora en que le vino al pensamiento volver a
servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro.
Viendo, pues, el leonero que ya los que iban huyendo estaban bien desviados, tornó a requerir y a
intimar a don Quijote lo que ya le había requerido e intimado, el cual respondió que lo oía, y que no
se curase de más intimaciones y requirimientos, que todo sería de poco fruto, y que se diese priesa.
En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera, estuvo considerando don Quijote si sería
bien hacer la batalla antes a pie que a caballo; y, en fin, se determinó de hacerla a pie, temiendo que
Rocinante se espantaría con la vista de los leones. Por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y
embrazó el escudo, y, desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazón
valiente, se fue a poner delante del carro, encomendándose a Dios de todo corazón, y luego a su
señora Dulcinea.
Y es de saber que, llegando a este paso, el autor de esta verdadera historia exclama y dice: ‘‘¡Oh
fuerte y, sobre todo encarecimiento, animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden
mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra
de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones
la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque
sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola
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