–¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con
el carro!
El carretero, que vio la determinación de aquella armada fantasía, le dijo:
–Señor mío, vuestra merced sea servido, por caridad, dejarme desuncir las mulas y ponerme en
salvo con ellas antes que se desenvainen los leones, porque si me las matan, quedaré rematado para
toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas.
–¡Oh hombre de poca fe! –respondió don Quijote–, apéate y desunce, y haz lo que quisieres, que
presto verás que trabajaste en vano y que pudieras ahorrar desta diligencia.
Apeóse el carretero y desunció a gran priesa, y el leonero dijo a gran-des voces:
–Séanme testigos cuantos aquí están cómo contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los
leones, y de que protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya
por su cuenta, con más mis salarios y derechos. Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro
antes que abra, que yo seguro estoy que no me han de hacer daño.
Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar a Dios acometer tal
disparate. A lo que respondió don Quijote que él sabía lo que hacía. Respondióle el hidalgo que lo
mirase bien, que él entendía que se engañaba.
–Ahora, señor –replicó don Quijote–, si vuesa merced no quiere ser oyente desta que a su parecer
ha de ser tragedia, pique la tordilla y póngase en salvo.
Oído lo cual por Sancho, con lágrima