-Vamos a ver, ¿cuántos años tienes?
-¿De mentira o de verdad?
-De verdad, naturalmente. No quiero tener un amigo mentiroso.
-Bueno, así es: de verdad, ahora tengo cinco años todavía. De mentira,
seis. Porque si no no podía entrar en la escuela.
-¿Y por qué te pusieron tan temprano en la escuela?
-¡Imagínese! Todo el mundo quería verse libre de mí durante algunas
horas. ¿Usted sabe lo que es el carborundum?
-¿De dónde sacaste eso?
Metí la mano en el bolsillo y busqué, entre las piedras de la honda, las
figuritas, el hilo del trompo y bolitas.
Saqué en la mano una medalla con la cabeza de un indio. Un indio de la
América del Norte con la cabeza rodeada de plumas. Del lado de atrás
estaba escrita esa palabra.
Miró y remiró la medalla.
-Fíjate que tampoco yo sé lo que quiere decir. ¿Dónde encontraste
esto?
-Formaba parte del reloj de papá. Venía sujeta con una correa para que
colgara del bolsillo del pantalón. Papá decía que el reloj iba a ser mi
herencia. Pero necesitó dinero y vendió el reloj. ¡Un reloj tan lindo! Entonces
me dio el resto de mi herencia, que era esto. Corté la correa porque tenía un
olor agrio insufrible.
Volvió a acariciar mi pelo.
-Eres un niño muy complicado, pero confieso que estás llenando de
alegría el viejo corazón de un portugués. Bueno, dejemos eso. ¿Vámonos,
ahora?
-Está tan lindo aquí. Un ratito más, solamente. Preciso decirle algo muy
serio.
-Entonces habla.
-Nosotros somos amigos hasta más no poder, ¿no es cierto?
-Sin duda.
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