-¿También es mío?
-Todo lo que es mío es tuyo. Como dos grandes amigos.
Quedé enloquecido. ¡Ay, si yo pudiera contar a todo el mundo que era
medio dueño del coche más hermoso del mundo!
-¿Quiere decir que ahora somos completamente amigos?
-Sí, lo somos. ¿Te puedo preguntar una cosa?
-Claro que sí, señor.
-Pienso que ahora ya no querrás crecer para matarme, ¿verdad?
-No, nunca haría eso.
-Pero lo dijiste, ¿no?
-Lo dije cuando sentía rabia. Yo nunca voy a matar a nadie porque
cuando en casa matan una gallina no me gusta ver. Después descubrí que
usted no era nada de lo que se decía. No era antropófago ni nada.
Casi dio un salto.
-¿Qué dijiste?
-Que no era antropófago.
-¿Y sabes qué es eso?
-Sí que sé. Me lo enseñó tío Edmundo. Es un sabio. Hay un hombre en
la ciudad que lo invitó a hacer un diccionario. Lo único que hasta hoy él no
supo contestarme es qué es carborundum.
-Estás escapando del asunto. Quiero que me expliques exactamente
qué es un antropófago.
-Los antropófagos eran indios que comían carne humana. En la historia
del Brasil hay una figurita de ellos descascarando portugueses para
comérselos. También se comían a guerreros de las tribus enemigas. Es lo
mismo que caníbal. Solamente que los caníbales están en África y les gusta
mucho comer misioneros con barba.
Soltó una alegre carcajada, como ningún brasileño sabría hacerlo.
-Tienes una cabecita de oro, muchachito. A veces hasta me asusto.
Después me miró con seriedad.
95