-Pero yo quería tanto... Aquí, de este lado, no hay nadie que se lustre,
por causa del polvo. Solamente quien vive cerca de la Río-San Pablo.
-Pero podrías haber venido sin cargar todo ese peso, ¿no?
-Si yo no lo cargaba no me hubieran dejado salir.
Sólo puedo andar cerca de casa. De vez en cuando tengo que aparecer
por alli, ¿comprende? En cambio, si voy más lejos, tengo que fingir que voy
a trabajar. Se rió de mi lógica.
-Yendo a trabajar, la gente de casa sabe que no estoy haciendo
travesuras. Y es mejor así, porque no recibo tantas palizas.
-No creo que seas tan travieso como dices.
Quedé muy serio.
-Yo no sirvo para nada. Soy muy malo. Por eso en Navidad es el diablo
el que nace para mí y no recibo regalos. Soy una peste. Una pestecita chica.
Un perro. Una cosa ordinaria. Una de mis hermanas me dijo que alguien tan
malo como yo no debiera haber nacido.
Se rascó la cabeza, admirado.
-Solamente en esta semana recibí un montón de palizas. Algunas
bastante dolorosas. Pero también me pegan por lo que no hago. Me echan
la culpa de todo. Ya se acostumbraron a pegarme.
-Pero ¿qué es lo que haces de malo?
-Debe ser culpa del diablo. Me vienen ganas de hacer... y hago. Esta
semana pegué fuego a la cerca de la Negra Eugenia. La llamé "Doña
Cordelia", "Pata Chueca", y ella se puso hecha una fiera. Pateé una pelota
de trapo y la muy burra entró por la ventana y quebró un espejo grande de
doña Narcisa. Con la "baladeira"* rompí tres lámparas. Le tiré una pedrada a
la cabeza al hijo de don Abel.
* Juguete que se arroja lejos (N. de la T.).
-Basta, basta.
Se ponía la mano en la boca para esconder la sonrisa.
-Pero todavía hay más. Arranqué todas las plantas que doña Tentena
acababa de plantar. Le hice tragar una bolita al gato de doña Rosena.
-¡Ah; eso no! No me gusta que maltraten a los animales.
92