-¿Sabes, Minguito? Ya descubrí todo. Todito. El vive al final de la calle
Barón de Capanema. Bien al final, y guarda el coche al lado de la casa.
Tiene dos jaulas, una con un canario y otra con un "azulao"*. Fui allá bien
tempranito, como quien no quiere nada, llevando mi cajoncito de lustrar.
Tenía tantas ganas de ir, Minguito, que esa vez ni sentía el peso de mi
cajón. Cuando llegué miré bien la casa y me pareció demasiado grande para
una persona que vive sola. El estaba al otro lado, en el patio, junto a la
pileta, afeitándose.
* Nombre común a varias especies de pájaros brasileños, de plumaje azul;
en algunos casos, el color no se repite en las hembras, que lo tienen
diferente. (N. de la T.)
Golpeé con las manos.
-¿Quiere lustrarse?
Vino desde allí, con la cara llena de jabón. Una parte ya estaba afeitada.
Sonrió y me dijo:
-¡Ah! ¿Eras tú? Entra, muchachito.
Lo seguí.
-Espera que ya acabo.
Y continuó afeitándose con la navaja, tras, tras, tras. Y pensé que
cuando sea grande quiero tener una barba así de gruesa, que haga así de
lindo: tras, tras, tras...
Me senté en mi cajoncito y quedé esperando. Me miró por el espejo.
-¿Y tu clase?
-Hoy es fiesta nacional. Por eso salí a lustrar para ganar unas monedas.
-¡Ah!
Y continuó. Después se inclinó en la pileta y se lavó la cara. Se secó
con la toalla. El rostro le quedó colorado y brillante. Después se rió de
nuevo.
-¿Quieres tomar café conmigo? Dije que no, pero queriendo.
-Entra.
Me gustaría que vieras cómo estaba todo de limpio y arregladito. La
mesa hasta tenía mantel a cuadros rojos. Y allí estaba la taza. Nada de taza
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