Bajé la cabeza reconociendo la verdad y sintiendo que, con un poco
más, mi orgullo se esfumaría. El me levantó la cabeza, tomándome el
mentón.
-Vamos a olvidar ciertas cosas. ¿Ya anduviste en coche?
-Nunca, no, señor.
-Entonces te llevo.
-No puedo. Nosotros somos enemigos.
-Aunque sea así. No me importa. Si tienes vergüenza, te dejo un poco
antes de llegar a la escuela. ¿Estamos?
Estaba tan emocionado que ni respondí. Solo dije que sí con la cabeza.
Me alzó, abrió la puerta y me puso en el asiento con cuidado. Dio vuelta y
tomó su lugar. Antes de encender el motor me sonrió de nuevo.
-Así está mejor, se ve.
La sensación maravillosa del suave coche en marcha, dando leves
saltos, me hizo cerrar los ojos y comenzar a soñar. Aquello era más suave y
lindo que el caballo "Rayo de Luna", de Fred Thompson. Pero no demoré
mucho, porque al abrir los ojos estábamos casi llegando a la escuela. Veía la
multitud de alumnos penetrando por la puerta principal. Asusta do, me
resbalé del asiento y me escondí. Le dije, nervioso:
-Usted prometió que se detendría antes de llegar a la escuela.
-Cambié de idea. Ese pie no puede quedar así. Puedes enfermarte de
tétanos.
No pude ni preguntar qué palabra tan linda y difícil era ésa. También
sabía que sería inútil decir que no quería ir. El automóvil tomó por la calle de
las Casitas y volví a la posición anterior.
-Tú me pareces un hombrecito valiente. Ahora vamos a ver si lo
pruebas.
Paró frente a la farmacia y en seguida me llevó alzado. Cuando el
doctor Adaucto Luz nos atendió me horroricé. Era el médico del personal de
la Fábrica y conocía muy bien a papá. Mi susto aumentó cuando me miró y
preguntó:
-Tú eres hijo de Paulo Vasconcelos, ¿no es cierto? ¿Ya encontró algún
trabajo?
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