¡Allí sucedió la cosa! La bocina sonó tres veces. ¡Desgraciado! No
bastaba que uno estuviera muriéndose de dolor, que todavía venía a
burlarse...
El coche paró bien junto a mí. Sacó el cuerpo afuera y preguntó:
-En, muchachito, ¿te lastimaste el pie?
Tuve ganas de decirle que eso no le importaba a nadie. Pero como él
no me había llamado "mocoso" no respondí y continué caminando unos
cinco metros.
Puso el coche en funcionamiento, pasó delante de mí y paró casi
pegándose al muro, un poco fuera de la carretera, cortándome el paso.
Entonces abrió la puerta y bajó. Su enorme figura me apabullaba.
-¿Te está doliendo mucho, muchachito?
No era posible que la persona que me pegara usara ahora una voz tan
dulce y casi amiga. Se acercó más a mí y, sin que nadie lo esperase,
arrodilló su cuerpo gordo y me miró cara a cara. Tenía una sonrisa tan suave
que parecía desparramar cariño.
-Por lo visto te golpeaste mucho, ¿no? ¿Cómo fue?
Resoplé un poco antes de responderle.
-Un pedazo de vidrio.
-¿Fue profundo?
Le di el tamaño del tajo con los dedos.
-¡Ah!, eso es grave. ¿Y por qué no te quedaste en casa? Por lo que veo
vas a la escuela, ¿no?
-Nadie sabe en casa que me lastimé. Si lo descubren, encima me pegan
para que aprenda a no lastimarme...
-Ven, que voy a llevarte.
-No, señor, gracias.
-Pero ¿por qué?
-En la escuela todo el mundo sabe lo que pasó...
-Pero tú no puedes caminar así.
87