-¡No me quieres, no! Si me quisieras no dejarías que me lleve otra
paliza hoy.
Ya está oscureciendo y no va haber tiempo de que hagas alguna otra
travesura como para que te castiguen.
-Ya la hice...
Soltó el bordado y se acercó a mí. Casi dio un grito al ver el charco de
sangre en que estaba mi pie.
-¡Dios mío! Gum, ¿qué ha sido? Estaba ganada la partida. Cuando ella
me llamaba “Gum" era porque estaba salvado.
Me alzó y me sentó en la silla. Rápidamente tomó una palangana de
agua con sal y se arrodilló a mis pies.
-Va a doler mucho, Zezé.
-Ya está doliendo mucho.
-Mi Dios, tienes un corte casi como de tres dedos. ¿Cómo te hiciste eso,
Zezé?
-Pero no se lo cuentes a nadie. Por favor, Godóia, te prometo portarme
bien. No dejes que nadie me pegue tanto...
-Está bien, no lo contaré. ¿Cómo vamos a hacer? Todo el mundo va a
ver tu pie vendado. Y mañana no podrás ir a la escuela. Lo descubrirán todo.
-Sí que voy a la escuela. Me calzo los zapatos hasta la esquina.
Después es mucho más fácil.
-Necesitas acostarte y quedarte con el pie bien estirado, si no será
imposible que puedas caminar mañana.
Me ayudó a ir a saltos hasta la cama.
-Voy a traerte alguna cosa para que comas antes de que lleguen los
otros.
Cuando volvió con la comida, no aguanté más y le di un beso. Eso era
algo muy raro en mí.
***
Cuando todos llegaron a comer, mamá se dio cuenta de que yo no
estaba.
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