Test Drive | Page 84

no sabía cómo detener la sangre. Apretaba con fuerza el tobillo para disminuir el dolor. Tenía que aguantar firme. Estaba acercándose la noche y con ella vendrían papá, mamá y Lalá. Cualquiera que me encontrase así me pegaría; y hasta podía ser que cada uno de ellos me pegara sucesivamente una zurra. Subí desorientado y me fui a sentar saltando en un solo pie, debajo de mi naranjo-lima. Me dolía todavía más, pero ya me habían pasado las ganas de vomitar. -Mira, Minguito. Minguito se horrorizó. Era como yo: no le gustaba ver sangre. -¿Qué hacer, Dios mío? Totoca sí que me ayudaría, pero ¿dónde estaría a esas horas? Quedaba Gloria; debería estar en la cocina. Era la única a quien no le gustaba que me pegaran tanto podía ser que me tirara de las orejas o me pusiera en penitencia de nuevo. Pero había que intentarlo. Me arrastré hasta la puerta de la cocina, estudiando la manera de desarmar a Gloria. Estaba bordando una toalla. Me quedé sin saber qué hacer y esa vez Dios me ayudó. Me miró y vio que estaba con la cabeza baja. Resolvió no decir nada porque me encontraba en penitencia. Mis ojos se hallaban llenos de lágrimas y gimoteé. Tropecé con los ojos de Gloria, que me miraban. Su manos habían dejado de bordar. -¿Qué pasa, Zezé? -Nada, Godóia... ¿Por qué nadie me quiere? -Eres muy travieso. -Hoy ya me pegaron tres veces, Godóia. -¿Y no lo merecías? -No es eso. Es como si nadie m e quisiera, y aprovechan para pegarme por cualquier cosa. Gloria comenzó a sentir conmoverse su corazón de quince años. Yo me daba cuenta. -Creo que lo mejor es que mañana me atrepellen en la Río-San Pablo y quede todo golpeado. Entonces las lágrimas bajaron en torrentes de mis ojos. -No digas tonterías, Zezé. Yo te quiero mucho. 84