Test Drive | Page 82

Mi voz, bastante fina, llenaba las enormes planicies, con mucha más belleza que cuando cantaba con don Ariovaldo, trabajando los martes de ayudante de cantor. Los martes hacía la rabona en el colegio, como de costumbre, para esperar el tren que traía a mi amigo Ariovaldo. El ya bajaba las escaleras, mostrando en las manos los folletos para vender en las calles. Todavía traía dos bolsas llenas, que eran la reserva. Casi siempre vendía todo, y eso nos daba una gran alegría a los dos... En los recreos, cuando alcanzaba el tiempo, hasta jugábamos a las bolitas. Yo era lo que se llama un experto. Tenía una puntería segura y casi nunca dejaba de volver a casa con la bolsita donde zangoloteaban las bolitas, muchas veces hasta triplicadas. Lo más conmovedor era mi maestra, doña Cecilia Paim. Ya le podían contar que era el chico más diablo del mundo, que no lo creía. Como tampoco creería que nadie consiguiera decir más palabrotas que yo. Que ningún chico me igualaba en travesuras, eso no lo hubiera aceptado nunca. En la escuela yo era un ángel. Jamás me habían reprendido y me trasformé en el mimado de las maestras, por ser uno de los niños más pequeños que hasta entonces apareciera por allí. Doña Cecilia Paim conocía de lejos nuestra pobreza y, a la hora de la merienda, cuando veía que todo el mundo estaba comiendo, se emocionaba, y siempre me llamaba aparte para mandarme comprar una galleta rellena en lo del dulcero. Sentía tanto cariño por mí que me parece que yo me portaba bien solo para que no se decepcionara... De repente, la cosa sucedió. Yo venía despacio, como siempre, por la carretera Río-San Pablo cuando el coche enorme del Portugués pasó bien cerquita de mí. La bocina sonó tres veces y vi que el monstruo me miraba sonriéndose. Aquello me hizo renacer la rabia y el deseo de matarlo cuando fuese grande. Puse cara seria y en mi orgullo fingí ignorarlo. *** -Es como te digo, Minguito. Todo el santo día. Parece que espera que yo pase para venir tocando la bocina. Tres veces la toca. Ayer hasta me dijo adiós con la mano. -¿Y tú? -No le hago caso. Finjo no verlo. Ya está comenzando a tener miedo; mira, pronto cumpliré seis años y en seguida estaré hecho un nombre. -¿Crees que él quiere hacerse amigo, por miedo? 82