Mi voz, bastante fina, llenaba las enormes planicies, con mucha más
belleza que cuando cantaba con don Ariovaldo, trabajando los martes de
ayudante de cantor.
Los martes hacía la rabona en el colegio, como de costumbre, para
esperar el tren que traía a mi amigo Ariovaldo. El ya bajaba las escaleras,
mostrando en las manos los folletos para vender en las calles. Todavía traía
dos bolsas llenas, que eran la reserva. Casi siempre vendía todo, y eso nos
daba una gran alegría a los dos...
En los recreos, cuando alcanzaba el tiempo, hasta jugábamos a las
bolitas. Yo era lo que se llama un experto. Tenía una puntería segura y casi
nunca dejaba de volver a casa con la bolsita donde zangoloteaban las
bolitas, muchas veces hasta triplicadas.
Lo más conmovedor era mi maestra, doña Cecilia Paim. Ya le podían
contar que era el chico más diablo del mundo, que no lo creía. Como
tampoco creería que nadie consiguiera decir más palabrotas que yo. Que
ningún chico me igualaba en travesuras, eso no lo hubiera aceptado nunca.
En la escuela yo era un ángel. Jamás me habían reprendido y me trasformé
en el mimado de las maestras, por ser uno de los niños más pequeños que
hasta entonces apareciera por allí. Doña Cecilia Paim conocía de lejos
nuestra pobreza y, a la hora de la merienda, cuando veía que todo el mundo
estaba comiendo, se emocionaba, y siempre me llamaba aparte para
mandarme comprar una galleta rellena en lo del dulcero. Sentía tanto cariño
por mí que me parece que yo me portaba bien solo para que no se
decepcionara...
De repente, la cosa sucedió. Yo venía despacio, como siempre, por la
carretera Río-San Pablo cuando el coche enorme del Portugués pasó bien
cerquita de mí. La bocina sonó tres veces y vi que el monstruo me miraba
sonriéndose. Aquello me hizo renacer la rabia y el deseo de matarlo cuando
fuese grande. Puse cara seria y en mi orgullo fingí ignorarlo.
***
-Es como te digo, Minguito. Todo el santo día. Parece que espera que
yo pase para venir tocando la bocina. Tres veces la toca. Ayer hasta me dijo
adiós con la mano.
-¿Y tú?
-No le hago caso. Finjo no verlo. Ya está comenzando a tener miedo;
mira, pronto cumpliré seis años y en seguida estaré hecho un nombre.
-¿Crees que él quiere hacerse amigo, por miedo?
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