-Un día que yo estaba muy travieso y Gloria me mandó a casa de
Dindinha. El quería leer el diario y no encontraba los anteojos. Los buscó,
furioso. Le preguntó a Dindinha, y nada. Los dos dieron vuelta al revés a la
casa. Entonces le dije que sabía dónde estaban, y que si me daba una
moneda para comprar bolitas se lo decía. Buscó en su chaleco y tomó una
moneda:
-Ve a buscarlos y te la doy.
-Fui hasta el cesto de la ropa sucia y los encontré. Entonces me insultó
diciéndome: "Fuiste tú sinvergüenza". Me dio una palmada en la cola y me
quitó la moneda.
Totoca se rió.
-Te vas allá para que no te peguen en casa y te pegan ahí. Vamos más
rápido, si no nunca llegaremos. Yo continuaba pensando en tío Edmundo.
-Totoca, ¿los chicos son jubilados?
-¿Qué cosa?
-Tío Edmundo no hace nada y gana dinero. No trabaja y la
Municipalidad le paga todos los meses.
-¿Y qué?
-Que los chicos tampoco hacen nada, y comen, duermen y ganan
dinero de los padres.
-Un jubilado es diferente, Zezé. Jubilado es el que trabajó mucho, se le
puso el pelo blanco y camina despacio, como tío Edmundo. Pero dejemos de
pensar en cosas difíciles. Que te guste aprender con él, vaya y pase. Pero
conmigo, no. Haz como los otros chicos. Hasta di malas palabras, pero deja
de llenarte la cabeza con cosas difíciles. Si no, no salgo más contigo.
Me quedé medio enojado y no quise conversar más. Tampoco tenía
ganas de cantar. Ese pajarito que cantaba desde adentro había volado bien
lejos.
Nos detuvimos y Totoca señaló la casa.
-Es ésa, ahí. ¿Te gusta?
Era una casa común. Blanca, de ventanas azules, toda cerrada y
silenciosa.
-Me gusta. Pero ¿por qué tenemos que mudarnos acá?
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