-Pégale un cabezazo en la barriga, Zezé. Muérdelo, clávale las uñas,
que él solamente tiene gordura. Patea en los huevos.
Pero aun con ese ánimo que me daban y su orientación, a no ser por
don Rozemberg, el de la confitería, yo habría quedado trasformado en
picadillo. Salió de atrás del mostrador y sujetó a Bié por el cuello de la
camisa, dándole unos zamarreos.
-¿No tienes vergüenza? ¡Semejante grandote pegarle a un chiquito así!
Don Rozemberg sentía una pasión oculta, como decían en casa, por mi
hermana Lalá. Me conocía, y cada vez que estaba con alguno de nosotros
nos daba galletas y caramelos con la mayor de las sonrisas, en las que
brillaban varios dientes de oro.
***
No resistí y acabé contándole mi fracaso a Minguito. Tampoco hubiera
podido esconderlo, con aquel ojo violeta e hinchado. Además de que,
cuando papá me vio así todavía me dio unos coscorrones y sermoneó a
Totoca A el papá nunca le pegaba. A mí, sí, porque yo era lo más malo que
había.
Seguramente que Minguito lo había escuchado todo.
Entonces, ¿cómo podría dejar de contarle? Escuchó, furioso
solamente comentó cuando acabé, con voz enojada:
y
-¡Qué cobarde!
-La pelea no fue nada, si vieras.
Paso a paso le conté todo lo que había ocurrido con el "murciélago".
Minguito estaba asustado por mi coraje y hasta me alentó:
-Algún día ya te vengarás.
-¡Sí que me voy a vengar! Voy a pedirle el revólver a Tom Mix y el
"Rayo de Luna" a Fred Thompson, y voy a armarle una celada con los indios
comanches; un día traeré su melena ondeando en la punta de una caña.
Pero en seguida pasó la rabia y nos pusimos a conversar de otras
cosas.
-Xururuca, ni te imaginas. ¿Te acuerdas que la semana pasada gané un
premio por ser buen alumno, aquel libro de cuentos La rosa mágica?
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