-Pues crece, mocoso. Acá te espero. Pero antes voy a darte una
lección.
Soltó rápidamente mi oreja y me puso sobre sus rodillas. Me aplicó una
y solo una palmada, pero con tal fuerza que pensé que mi trasero se había
pegado al estómago. Entonces me soltó.
Salí atontado, bajo las burlas. Cuando alcancé el otro lado de la RíoSan Pablo, que crucé sin mirar, conseguí pasarme la mano por el trasero
para suavizar el efecto del golpe recibido. ¡Hijo de puta! Ya iba a ver. Juraba
vengarme. Juraba que... pero el dolor fue disminuyendo en la proporción en
que me alejaba de aquella desgraciada gente. Lo peor sería cuando en la
escuela se enteraran. ¿Y qué le diría a Minguito? Durante una semana,
cuando pasara por el "Miseria y Hambre", estarían riéndose de mí, con esa
cobardía que tienen todos los grandes. Era necesario salir más temprano y
cruzar la carretera por el otro lado...
En ese estado de ánimo me acerqué al Mercado. Me fui a lavar el pie en
la pileta y a calzarme mis zapatillas. Totoca estaba esperándome, ansioso.
No le contaría nada de mi fracaso.
-Zezé, necesito que me ayudes,
-¿Que hiciste?
-¿Te acuerdas de Bié?
-¿Aquel buey de la calle Barón de Capaiema?
-Ese mismo. Me va a agarrar a la salida. ¿No quieres pelearte con él, en
mi lugar?...
-¡Pero me va a matar!
-¡Que va a matarte! Además, eres peleador y valiente.
-Está bien. ¿A la salida?
-Sí, a la salida.
Totoca era así, siempre se buscaba peleas y después era a mí a quien
metía en el lío. Pero no estaba mal. Descargaría toda mi rabia por el
Portugués contra Bié.
Verdad es que ese día recibí tantos golpes, que salí con un ojo morado
y los brazos lastimados. Totoca estaba sentado con los demás, haciendo
fuerza por mí, y con los libros sobre las rodillas; los míos y los de él. Se
dedicaban a orientarme.
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