De un salto estaba pegado a la rueda, con todas las fuerzas que me
había dado el miedo. Sabía que hasta la escuela la distancia era enorme. Ya
comenzaba a pregustar mi victoria ante los ojos de mi compañero...
-¡Ay!
Di un grito tan grande y agudo que la gente salió a la puerta del café
para ver quién había sido atropellado
Yo estaba colgado a medio metro del suelo, balanceándome,
balanceándome. Mis orejas ardían como brasas. Algo había fallado en mis
planes. Me había olvidado de escuchar, en mi confusión, el ruido del motor
en funcionamiento.
La cara severa del Portugués parecía estarlo más aún. Sus ojos
despedían llamaradas.
-Entonces, mocoso atrevido, ¿eras tú? ¡Un mocoso de ésos con
semejante atrevimiento!. . .
Dejó que mis pies se apoyaran en el suelo. Soltó una de mis orejas y
con un brazo gordo me amenazaba el rostro.
-¿Te piensas, mocoso, que no te he estado observando todos los días
espiar mi coche? Voy a darte un correctivo y no tendrás nunca más ganas
de repetir lo que hiciste.
La humillación me dolía más que el propio dolor. Solo tenía ganas de
vomitar una serie de malas palabras sobre el bruto.
Pero no me soltaba y pareciendo adivinar mis pensamientos me
amenazó con la mano libre.
- ¡Habla! ¡Insulta! ¿Por qué no hablas?
Mis ojos se llenaron de lágrimas de dolor, de humillación, ante las
personas que estaban presenciando la escena y reían con maldad.
El Portugués continuaba desafiándome.
-Entonces, ¿por qué no insultas, mocoso?
Una cruel rebelión comenzó a surgir dentro de mi pecho y conseguí
responder con rabia:
!No hablo ahora, pero estoy pensando. Y cuando crezca voy a matarlo.
El lanzó una carcajada que fue acompañada por los espectadores.
75