-No es mala idea, Zezé.
-Entonces, cuando volvamos después del almuerzo, vamos a empezar
con "Fanny", que da una suerte loca.
Y debajo del sol caliente recomenzamos el trabajo.
Habíamos comenzado a cantar "Fanny" cuando sucedió el desastre.
Doña María de la Peña se acercó, muy beata debajo de la sombrilla, con la
cara blanca de polvo de arroz. Se quedó parada escuchando nuestra
"Fanny". Don Ariovaldo adivinó la tragedia y me susurró que continuase
cantando al mismo tiempo que caminábamos.
¡Qué va! Estaba tan fascinado con el corazón de "Fanny" que ni noté
qué pasaba.
Doña María de la Peña cerró la sombrilla y se quedó con la puntera
golpeando en la de su zapato. Cuando acabé frunció la cara, muerta de
rabia, y exclamó:
-¡Muy bonito! Muy bonito que una criatura cante una inmoralidad así.
-Señora, mi trabajo no tiene nada de inmoral. Cualquier trabajo honesto
es un buen trabajo, y no me avergüenzo, ¿sabe?
Nunca vi a don Ariovaldo tan encrespado. ¡Ella quería pelea, entonces
vería!
-¿Esa criatura es su hijo?
-No, señora, infelizmente.
-¿Su sobrino, pariente suyo?
-No es nada mío.
-¿Qué edad tiene?
-Seis años.
Dudó mirando mi tamaño. Pero continuó:
-¿No tiene vergüenza, explotar así a una criatura?
-No estoy explotando a nadie, señora. El canta conmigo porque quiere y
le gusta, ¿oyó? Además, le pago, ¿no es cierto?
70