Dije que sí con la cabeza. La pelea me estaba pareciendo de lo más
linda. Pero mis deseos eran darle un cabezazo en la barriga a ella y verla
desparramarse por el suelo. ¡Bum!
-Pues sepa que voy a tomar medidas. Voy a hablar con el padre. Voy a
hablar en el Juzgado de Menores. ¡Voy a llegar hasta la policía!
En ese punto enmudeció y sus ojos asustados se desorbitaron. Don
Ariovaldo había sacado su enorme cuchillo y se lo acercaba. Parecía que
ella fuera a tener un síncope.
-Entonces vaya, doña. Pero vaya en seguida. Yo soy muy bueno, pero
tengo la manía de cortar la lengua a las brujas charlatanas que se meten en
la vida ajena...
Se apartó, dura como una escoba, y ya lejos se dio vuelta para
apuntarle con la sombrilla...
- ¡Ya va a ver!...
- ¡Quítese de mi vista, "bruja de Croxoxó". . .!
Abrió la sombrilla y fue desapareciendo en la calle, muy tiesa.
Por la tarde don Ariovaldo contaba las ganancias.
-Ya está todo, Zezé. Tenías razón; me das suerte. Me acordé de doña
María de la Peña.
-¿Irá a hacer algo?
-No va a hacer nada, Zezé. A lo sumo irá a conversar con el cura, que le
aconsejará: "Es mejor dejar todo como está, doña María. Esa gente del
Norte no es para hacer bromas".
Metió el dinero en el bolsillo y apretó la bolsa.
Después, como hacía siempre, introdujo la mano en el bolsillo del
pantalón y agarró un folleto doblado.
-Este es el de tu hermanita Gloria. Se desperezó:
- ¡Fue un día extraordinario!
Nos quedamos descansando unos minutos.
-Don Ariovaldo.
-¿Qué pasa?
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