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-Pero Zezé, ¿una vez por semana? ¿Y las clases? Le mostré mi cuaderno y todos mis deberes, que estaban bien hechos y limpios. Las notas eran espléndidas. E hice lo mismo con el cuaderno de aritmética. -Y en la lectura yo soy el mejor, Godóia. Pero ella no se decidía. -Lo que estamos estudiando todavía va a repetirse durante varios meses. Hasta que esa caterva de burros aprenda, correrá el tiempo. Se rió. -¡Qué expresión, Zezé! -Pero si es así, Gloria, aprendo mucho más cantando. ¿Quieres ver cuántas cosas nuevas aprendí? Tío Edmundo me enseñó. Mira: estibador, celestial, sideral y desdichado. Y encima de eso te traigo un folleto por semana, y te enseño las cosas más lindas del mundo. -Bueno. Pero, eso sí, ¿qué le diremos a papá cuando note que todos los martes faltas a almorzar? -No se dará cuenta. Cuando él pregunte, le mientes, diciéndole que fui a almorzar con Dindinha. Que fui a llevarle un recado a Nanzeazena y que me quedé allá para almorzar. ¡Virgen María! ¡Menos mal que aquella vieja no sabía lo que yo había hecho!... Acabó estando de acuerdo, convencida de que era una manera de que no inventara travesuras y, por lo mismo, no me llevase muchas zurras. Además, sería lindo quedarnos debajo de los naranjos, los miércoles, enseñándole a cantar. No veía la hora de que llegara el martes. Ya iba a esperar a don Ariovaldo a la Estación. Si no perdía el tren, llegaría a las ocho y media. Husmeaba por todos los rincones, viéndolo todo. Me gustaba pasar por la confitería a mirar a la gente que bajaba las escaleras de la Estación. ¡Ese sí que era un buen lugar para limpiar zapatos! Pero Gloria no me dejaba, ya que la policía corría detrás de uno y le quitaba el cajón. Y, además, estaban los trenes. Solamente podía ir con don Ariovaldo si me daba la mano, aun para cruzar la línea por encima del puente. Ahí llegaba él, sofocado. Después de "Fanny" se había convencido de que yo sabía qué era lo que le gustaba comprar a la gente. 67