Test Drive | Page 62

Salí volando. Como era temprano me daba tiempo para hacer aquello. Corrí hacia enfrente del Casino y, cuando no venía nadie, crucé la calle y pasé lo más rápidamente posible los pedacitos de cera por la calzada. Después volví corriendo y me quedé esperando, sentado en el umbral de una de las cuatro puertas cerradas del Casino. Quería ver de lejos quién iba a resbalar primero. Ya estaba casi desanimado de tanto esperar. De pronto, ¡plaff! Mi corazón dio un salto; doña Corina, la madre de Nanzeazena, asomó con un pañuelo y un libro en el portal y comenzó a encaminarse hacia la iglesia. -¡Virgen María! Ella era amiga de mi madre, y Nanzeazena amiga íntima de Gloria. No quería ver nada. Me lancé a la carrera hasta la esquina y allí me paré a mirar. La mujer estaba desparramada en el suelo diciendo malas palabras. Se juntó gente para ver si se había golpeado, pero por la manera en que ella insultaba solamente debía haberse hecho algunos rasguños. -¡Son esos mocosos sinvergüenzas que andan por ahí! Respiré aliviado. Pero no tanto como para dejar de darme cuenta de que por detrás una mano me había sujetado la bolsa. -Eso fue obra tuya, ¿no, Zezé? Don Orlando Pelo-de-Fuego. Nada menos que él, que durante tanto tiempo había sido nuestro vecino. Perdí el habla. -¿Fue así, o no? -Usted no va a contar nada allá en casa, ¿verdad? -No vo y a contar, no. Pero ven acá, Zezé. Esta vez pasa, porque esa vieja es muy lengualarga. Pero no vuelvas a hacer esto, que alguien puede quebrarse una pierna. Puse la cara más obediente del mundo y me soltó. Volví a rondar por el mercado, esperando que él llegara. Antes pasé por la confitería de don Rozemberg, sonreí y hablé con él: -Buen día, don Rozemberg. Me dio un "buen día" seco y ni una galleta. ¡Hijo de puta! Me daba alguna solamente cuando estaba con Lalá. 62