Test Drive | Page 61

Se detuvo, colócose los anteojos en la punta de la nariz, resopló, se dio vuelta y respondió: -Buen día, muchacho. -¿No quiere que lo ayude? Mis ojos devoraban los cabitos de vela. -Solamente si quieres molestar. ¿No fuiste a clase hoy? -Sí, fui. Pero la profesora no vino. Estaba con dolor de dientes. -¡Ah! Nuevamente se dio vuelta y se colocó otra vez los anteojos sobre la punta de la nariz. -¿Qué edad tienes, muchacho? -Cinco; no, seis años. Seis no, en realidad cinco. -¿En qué quedamos, cinco o seis? Pensé en la escuela y mentí. -Seis. -Pues con seis años ya estás en buena edad para comenzar el Catecismo. -¿Yo puedo? -¿Por qué no? Solamente tienes que venir todos los jueves a las tres de la tarde. ¿Quieres venir? -Depende. Si usted me da los cabitos de vela, vengo. -¿Y para qué los quieres? El diablo me había musitado una cosa. Nuevamente mentí. -Es para encerar el hilo de mi barrilete para que quede más fuerte. -Entonces llévalos. Reuní los pedacitos y los metí en medio de la bolsa, junto con los cuadernos y las bolitas. Deliraba de alegría. -Muchas gracias, don Zacarías. -Escucha bien, ¿eh? El jueves. 61