-Yo no quería que usted llorara, señorita. Le prometo no robar más
flores y voy a ser cada día más aplicado.
-No se trata de eso, Zezé. Ven aquí. Tomó mis manos entre las suyas.
-Vas a prometerme una cosa, porque tienes un corazón maravilloso,
Zezé.
-Se lo prometo, pero no quiero engañarla, señorita. No tengo un
corazón maravilloso. Usted dice eso porque no sabe cómo soy en casa.
-No tiene importancia. Para mí tienes un corazón maravilloso. De ahora
en adelante no quiero que me traigas más flores. Solamente si te regalan
alguna. ¿Me lo prometes?
-Lo prometo, sí, señorita. Pero ¿y el florero? ¿Va a quedar siempre
vacío?
-Nunca más estará vacío. Cada vez que lo mire veré en él, siempre, la
flor más linda del mundo. Y voy a pensar: el que me regaló esa flor fue mi
mejor alumno. ¿Está bien?
Ahora se reía. Soltó mis manos y habló con dulzura:
-Ahora te puedes ir, corazón de oro...
5
EN UNA CELDA HE DE VERTE MORIR
Lo primero y más útil que uno aprende en la escuela son los días de la
semana. Y ya dueño de los días de la semana, yo sabía que "él" venía el
martes. Después descubrí también que un martes iba hacia las calles del
otro lado de la Estación y otro hacia nuestro lado.
Por ello ese martes me hice la "rabona". No quería que ni siquiera
Totoca lo supiera; si no tendría que pagarle algunas bolitas para que no
contase nada en casa. Como era temprano y él debía aparecer cuando el
reloj de la iglesia diera las nueve, fui a dar unas vueltas por las calles. Las
que no eran peligrosas, claro. Primero me detuve en la iglesia y eché una
mirada a los santos. Me daba cierto miedo ver las imágenes quietas, llenas
de velas. Las velas, pestañeando, hacían que también el santo pestañeara.
Todavía no estaba muy seguro de que fuese bueno ser santo y estar todo el
tiempo quieto, quieto. Di una vuelta por la sacristía, donde don Zacarías se
hallaba sacando las velas viejas de los candelabros y colocando otras
nuevas. Estaba haciendo un montoncito de cabos encima de la mesa.
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