-No lo es, señorita. ¿Acaso el mundo no es de Dios? ¿Y todo lo que hay
en el mundo no es de Dios, acaso? Entonces también las flores son de El...
Quedó espantada con mi lógica.
-Únicamente así podría traerle una flor, señorita. En casa no hay jardín.
Una flor cuesta dinero... Y yo no quería que su escritorio estuviese siempre
con el florero vacío. Ella tragó en seco.
-¿Acaso de vez en cuando usted no me regala un dinerito para
comprarme una galleta rellena?...
-Te lo daría todos los días. Pero desapareces...
-No podría aceptar ese dinero todos los días. .
-¿Por qué?
-Porque hay otros niños pobres que tampoco traen merienda.
Sac