-Mamá, soy el alumno más estudioso de mi clase. La profesora dice que
voy a ganar un premio. . . ¡Cómpramelo, mamá! Desde hace mucho tiempo
no tengo ninguna ropa nueva...
Pero el silencio de ella llegaba a angustiar.
-Mira, mamá, si no es ése nunca voy a tener mi traje de poeta. Lalá me
haría una corbata así, de moño grande, con un pedazo de seda que ella
tiene...
-Está bien, hijo. Voy a hacer una semana de horas extra y te compraré
tu trajecito.
Le besé la mano y fui caminando con el rostro apoyado en su mano
hasta entrar en casa.
Así fue como tuve mi traje de poeta. Y quedé tan lindo que tío Edmundo
me llevó a sacarme un retrato.
***
La escuela. La flor. La flor. La escuela...
Todo iba muy bien hasta que Godofredo entró en mi clase. Pidió
permiso y fue a hablar con Cecilia Paim. Sólo sé que señaló la flor en el
florero. Después salió. Ella me miró con tristeza.
Cuando terminó la clase me llamó.
-Quiero hablar algo contigo, Zezé. Espera un poco.
Se puso a acomodar su cartera y parecía que no iba a terminar nunca.
Veía que no tenía ningún deseo de hablarme y buscaba coraje en sus cosas.
Al final se decidió.
-Godofredo me contó algo muy feo de ti, Zezé. ¿Es verdad?
Moví la cabeza afirmativamente.
-¿De la flor? Sí, es cierto, señorita.
-¿Cómo lo haces?
-Me levanto más temprano y paso por el jardín de la casa de Sergio.
Cuando el portón está apenas entornado, entro rápido y robo una flor. Hay
tantas allá que no hacen falta...
-Sí, pero eso no está bien. No debes volver a hacer eso nunca más. No
es un robo, pero es un hurto.
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