-Pero, hablando de nuevo del "murciélago", Minguito. Para que tengas
una idea de cómo es resulta casi tan lindo como andar a caballo sobre tus
ramas.
-Pero conmigo no corres peligro.
-No corro, ¿eh? ¿Y cuando galopas como loco por las campiñas del
Oeste, cuando voy a cazar bisontes y búfalos? ¿Ya te olvidaste?
Tuvo que manifestarse de acuerdo porque nunca podía discutir conmigo
y ganar.
-Pero hay uno, Minguito, hay uno en el que nadie tiene coraje de subir.
¿Sabes cuál es? Aquel cochazo del Portugués, de Manuel Valadares. ¿Viste
alguna vez nombre más feo que ése? Manuel Valadares...
-Es feo, sí. Pero estoy pensando en otra cosa.
-¿Te crees que no sé en lo que estás pensando? Sí que lo sé. Pero por
el momento, no. Déjame entrenarme más. Después me arriesgo. . .
***
Y los días fueron pasando en toda esa alegría. Una mañana aparecí
con una flor para mi maestra. Ella se puso muy emocionada y dijo que yo era
un caballero.
-¿Sabes lo que es eso, Minguito?
-Caballero es una persona muy bien educada, que se parece a un
príncipe.
Y todos los días fui tomando gusto por las clases y aplicándome cada
vez más. Nunca vino una queja contra mí. Gloria decía que dejaba mi
diablito guardado en el cajón y me volvía otro chico.
-¿Crees eso, Minguito?
-Me parece que sí.
-Entonces yo, que te iba a contar un secreto, ¡ahora no te lo cuento!
Me fui enojado con él. Pero no le dio demasiada importancia a eso,
porque sabía que mis enojos no duraban mucho.
El secreto tendría lugar a la noche, y mi corazón casi escapaba del
pecho, de tanta ansiedad. Demoraba la Fábrica en hacer sonar su sirena, y
la gente en pasar. Los días de verano tardaba en llegar la noche. Hasta la
hora de la comida no llegaba. Me quedé en el portal viéndolo todo, sin
56