-Se la llevo a mi maestra.
-¿Por qué?
-Porque a ella le gustan las flores. Y toda alumna aplicada le lleva una
flor a su maestra.
-¿Los niños también pueden llevarle?
-Si a su profesora le gusta, sí.
-¿De veras?
-Sí.
Nadie le había llevado ni siquiera una flor a mi maestra, Cecilia Paim.
Debía ser porque ella era fea. Si no hubiese tenido esa mancha en el ojo, no
habría sido tan fea. Pero era la única que me daba una moneda para
comprar una galleta rellena al dulcero, de vez en cuando, cuando llegaba el
recreo.
Comencé a reparar en las otras clases: todos los floreros, sobre la
mesa, tenían flores. Solo el florero de la mía continuaba vacío.
***
Mi aventura mayor fue aquélla.
-¿Sabes una cosa, Minguito? Hoy agarré un "murciélago".
-¿Ese famoso Luciano, que decías que iba a venir a vivir aquí, en los
fondos?
-No, bobo. Un "murciélago"* de caminar. Uno agarra los coches que
pasan despacio cerca de la escuela y se pega en la rueda trasera. Y así
viaja que es una belleza. Cuando llega a la esquina en la que va a entrar y
se detiene para ver si viene otro coche, uno salta. Pero salta con cuidado.
Porque si salta a velocidad se achata el trasero en el suelo y se roza los
brazos.
*'Murciélago", se dice de los chicos que suben a cualquier vehículo, a
escondidas, para no pagar boleto. (N. de la T.)
Y así conversaba sobre todo lo que sucedía en la clase y en el recreo.
Había que ver cómo se hinchó de orgullo cuando le conté que, en la clase de
lectura, Cecilia Paim dijo que yo era el que mejor leía. El mejor "lecturero".
Me quedé con ciertas dudas y resol