Gloria se puso un poco colorada.
-Es Pinagé. Mamá es hija de indios.
Me puse todo orgulloso porque yo debía ser el único que tenía nombre
de indio en esa escuela.
Después Gloria firmó un papel y quedó de pie, indecisa.
-Alguna otra cosa, muchacha...
-Quisiera saber sobre los uniformes... Usted sabe... Papá está sin
empleo y somos bastante pobres.
Y eso quedó comprobado cuando me mandó que diese una vuelta para
ver mi tamaño y número, y acabó viendo mis remiendos.
Escribió un número en un papel y nos mandó adentro a buscar a doña
Eulalia.
También doña Eulalia se admiró por mi tamaño, y aun el uniforme más
pequeño que tenía me hacía aparecer un pollito emplumado.
-El único es éste, pero es grande. ¡Qué niño menudito!. . .
-Lo llevo y lo acorto.
Salí todo contento con mis dos uniformes de regalo. ¡Imagínense la cara
de Minguito cuando me viese con ropa nueva y de alumno!
Con el pasar de los días yo le contaba todo. Cómo era, cómo no era...
-Tocan una campana grande. Pero no tanto como la de la iglesia.
¿Sabes, no? Todo el mundo entra en el patio grande y busca el lugar que
tiene su maestra. Entonces ella viene y hace que formemos una fila de
cuatro, y vamos todos, como si fuésemos carneritos, adentro de la clase.
Uno se sienta en un banco que tiene una tapa que abre y cierra, y allí lo
guarda todo. Voy a tener que aprender un montón de himnos porque la
profesora dijo que, para ser un buen brasileño y "patriota", uno tiene que
saber el himno de nuestra tierra. Cuando lo aprenda te lo canto, ¿sabes,
Minguito?...
Y vinieron las novedades. Y las peleas. Los descubrimientos de un
mundo donde todo era nuevo.
-Nenita, ¿adonde llevas esa flor?
Ella era limpita y traía en la mano el libro y el cuaderno forrados. Usaba
dos trencitas.
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