Nos quedamos mirando el cielo.
-¿Es ésa, Minguito?
La nube venía caminando muy despacio, bien grande, como si fuese
una hoja blanca toda recortada.
-Es aquélla, Minguito. Me levanté, emocionado, y abrí mi camisa. Sentí
que él iba saliendo de mi pecho flaco.
-Vuela, vuela, pajarito mío. Bien alto. Súbete hasta pararte en el dedo
de Dios. Dios te va a llevar hasta otro niño y vas a cantarle lindo, como
siempre cantaste para mí. ¡Adiós, mi pajarito lindo!
Sentí un interminable vacío interior.
-Mira, Zezé. Se posó en el dedo de la nube.
-Ya lo vi... Recosté mi cabeza en el corazón de Minguito y me quedé
mirando la nube, que seguía su camino.
-Nunca fui malo con él...
Di vuelta mi cara contra su rama.
-Xururuca.
-¿Qué pasa?
-¿Es feo si me pongo a llorar?
-Nunca es feo llorar, bobo. ¿Por qué?
-No sé, todavía no me acostumbré. Parece como si aquí adentro mi
jaula hubiese quedado vacía. . .
***
Gloria me había llamado muy temprano.
-Déjame ver las uñas.
Le mostré las manos y ella aprobó.
-Ahora las orejas.
-¡Uyuyuy, Zezé!
Me llevó hasta la pileta, mojó un trapo con jabón y fue restregando mi
suciedad.
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