Test Drive | Page 49

Al día siguiente me levanté temprano. Tenía dos cosas muy importantes que hacer: primero, espiar un poco como quien no quiere. Si la cobra todavía estaba por allá, la agarraría para esconderla dentro de la camisa. Todavía podría usarla en otra parte. Pero no estaba. Iba a ser difícil encontrar otra media que diese una cobra tan buena como aquélla. Me volví de espaldas y me fui caminando a casa de Dindinha. Necesitaba hablar con tío Edmundo. Entré allá sabiendo que todavía era temprano para su vida de jubilado. Por lo tanto, no habría salido para jugar a la quiniela, hacer su fiestita, como él decía, y comprar los diarios. Y así fue; estaba en la sala haciendo un nuevo "solitario". -¡La bendición, tiíto! No respondió. Estaba haciéndose el sordo. En casa todos decían que a él le gustaba hacer así cuando no le interesaba la conversación. Conmigo no lo hacia. Además (¡cómo me gustaba la palabra además!), Conmigo nunca era demasiado sordo. Le tironeé la manga de la camisa, y como siempre me parecieron lindos los tirantes de ajedrez blanco y negro. -¡Ah! Eres tú. . . Estaba haciendo como si no me hubiera visto. -¿Cómo es el nombre de ese "solitario", tío? -Es el del reloj. -Es lindo. Yo ya conocía todas las cartas de la baraja. La única que no me gustaba mucho era la sota. No sé por qué, tenía aspecto de sirviente del rey. -Sabes, tío, vine a conversar una cosa contigo. -Estoy terminando, en cuanto acabe conversaremos. Pero en seguidita mezcló todas las cartas. -¿No salió? -No. Hizo un montoncito con las cartas y las dejó a un lado. 49