-Nada, pobre. Todavía está sin empleo, usted ya sabe.
Se emocionó y nadie habló en el bar.
-¿Cuál le gustaría más, si fuese para usted?
-Los dos son lindos. Y a cualquier padre le gustaría recibir un regalo así.
-Envuélvame éste, por favor. Hizo el paquete, pero estaba medio raro
cuando me lo entregó. Como si quisiera decirme algo y no pudiera. Le
entregué el dinero y sonreí.
-Gracias, Zezé.
-¡Que tenga felices fiestas!...
Corrí de nuevo hasta llegar a casa.
También había llegado la noche. Solamente en la cocina estaba
encendida la luz del farol. Habían salido todos, pero papá estaba sentado a
la mesa, mirando la pared vacía. Tenía el rostro apoyado en la palma de la
mano, y el codo en la mesa.
-Papá.
-¿Qué, hijo?
No había rencor alguno en su voz.
-¿Dónde estuviste todo el día?
Le mostré mi cajoncito de lustrar zapatos.
Lo dejé en el suelo y metí la mano en el bolsillo para sacar mi paquetito.
-Mira, papá, compré una cosa linda para ti. Sonrió comprendiendo todo
lo que eso había costado.
-¿Te gusta? Era el mejor. Abrió el paquete y aspiró el tabaco,
sonriendo, pero sin conseguir decir nada.
-Fuma uno, papá.
Fui hasta el fogón para buscar un fósforo. Lo encendí, aproximándolo al
cigarrillo que tenía en la boca.
Me alejé para ver la primera bocanada. Y algo me pasó. Arrojé al suelo
el fósforo apagado. Y sentí que estaba explotando. Destrozándome todo por
43