Test Drive | Page 38

El calor aumentó y la correa del cajoncito me hacía doler el hombro; fue necesario cambiarlo de posición. Sentí sed y fui a beber en el grifo del Mercado. Me senté en el umbral de la Escuela Pública, que en breve habría de recibirme. Dejé el cajoncito en el suelo y me desanimé. Recosté la cabeza en las rodillas, como un muñeco, y así me quedé, sin ganas de nada. Después escondí la cara entre las rodillas, cubriéndolas con mis brazos. Era mejor morir antes que volver a casa sin lo que pretendía. Un pie golpeó mi cajón y una voz conocida y amiga me llamó: -¡Eh!, lustrador, el que duerme no gana dinero. Levanté la cara sin creerlo. Era don Coquito, el portero del Casino. Puso un pie y primero le pasé la franela. Después mojé el zapato y lo sequé. Y luego comencé a pasar la pomada con todo cuidado. -Por favor, ¿puede levantar un poco el pantalón? Obedeció mi pedido. -¿Lustrando hoy, Zezé? -Nunca necesité tanto como hoy. -¿Y qué tal fue la Nochebuena? -Regular. Golpeé con el cepillo en el cajón y cambió de pie. Repetí la maniobra y entonces comencé a lustrar. Cuando terminé, golpeé en el cajón y retiró el pie. -¿Cuánto es, Zezé? -Dos cruzeiros. -¿Por qué solamente dos? Todos cobran cuatro. -Solamente cuando sea un buen lustrador podré cobrar tanto. Por ahora, no. Sacó cinco cruzeiros y me los dio. -¿No quiere pagarme después? No trabajé nada hasta ahora. -Quédate con el vuelto por ser Navidad. Hasta luego. -Felices fiestas, don Coquito. 38